El anciano encendió la barrita de incienso y suspiró. El joven y el anciano permanecieron en silencio durante un tiempo. El chico esperaba una respuesta. Entonces el anciano sopló el té y tomó un trago. Los ojos del impaciente nieto le indicaron al sabio abuelo que no podía esperar más. Entonces habló:
- ¿Ves esa barrita de incienso?
- Sí, abuelo. Todas las tardes enciendes una y mamá está harta de recoger sus cenizas todos los días.
- Esa es tu vida.
- ¿Mi vida?
- La tuya y la de todos nosotros. – volvió a tomar otro sorbo de té – Nuestro tiempo se consume cómo esta barrita, y después sólo quedan cenizas. Allá por donde pasemos dejaremos nuestra esencia pero no podremos evitar también dejar cenizas que molestaran a los demás. Y tras todo lo bueno solamente nos quedaran las cenizas del pasado.